miércoles, 29 de julio de 2009

Dios en el estrado


La ley divina. El sistema judicial es blanco fácil de las críticas. Pero ¿qué sería de la sociedad si no existiera? ¿Y qué hubiese sido de dios de haber tenido que responder ante los tribunales?

Soy una persona que cree en el sistema judicial. A pesar de todos los inconvenientes, vemos –por ejemplo– a la Suprema Corte de los Estados Unidos condenando la tortura como técnica para interrogatorios.

Sin embargo, esta creencia mía no la comparte mucha gente. Un abogado me dijo que “el derecho no fue pensado para resolver problemas, sino para prolongarlos indefinidamente”. Apenas como ejercicio de imaginación, resolví aplicar su tesis para analizar el Génesis, el primer libro de la Biblia.

Si al inicio de los tiempos el derecho hubiera estado tan desarrollado como en nuestros días, todos nosotros aún nos encontraríamos en el paraíso, mientras que Dios todavía estaría enfrentándose a recursos, apelaciones, cartas rogatorias, exhortos, medidas cautelares, y seguiría explicando en inacabables audiencias su decisión de haber expulsado a Adán y Eva del Paraíso apenas porque éstos transgredieron una ley arbitraria, sin ningún fundamento jurídico: no comer el fruto del Bien y del Mal.

Si Él no quería que eso sucediese, ¿por qué puso el famoso árbol en mitad del jardín, en lugar de fuera de los muros del Paraíso? Si se llamara para defender a la pareja a un abogado con experiencia, éste podría apoyar sus argumentaciones en la “omisión administrativa”: no bastándole con plantar el árbol en un lugar inapropiado, Dios no puso carteles de advertencia en las cercanías ni lo rodeó con ninguna valla, exponiendo al peligro a todos los que pasaban.

Otro abogado lo acusaría de “inducción al crimen”: empezó mostrando a Adán y Eva dónde se encontraba el árbol. Si no hubiese dicho nada, generaciones de seres humanos habrían pasado por esta Tierra sin que nadie llegase a interesarse por el fruto prohibido (debía encontrarse en el medio de un bosque lleno de árboles similares y no destacaría en absoluto de los demás).

Pero lo que cuenta el Génesis sucedió antes de que hubiera sistema judicial y entonces Dios tuvo una completa libertad de acción. Escribió una única ley, y encontró la manera de convencer a alguien de que la transgrediera, para poder inventar el castigo. Sabía que Adán y Eva acabarían aburridos de tanta perfección y que, más tarde o más temprano, pondrían a prueba Su paciencia. Se quedó esperando, porque también Él (Dios Todopoderoso) estaba aburrido con todo tan perfecto: si Eva no hubiese probado la manzana, ¿qué habría ocurrido digno de interés en los últimos cientos de miles de años?

Nada.

Cuando se violó la ley, Dios (Juez Todopoderoso) llegó a simular una persecución, como si no conociese todos los escondrijos posibles. Con los ángeles viéndolo todo y pasándolo fenomenal con la bromita (la vida para ellos también debía ser muy aburrida, desde que Lucifer dejara el cielo), Él encuentra finalmente a Adán:

”¿Dónde estás?”, pregunta Dios, sabiendo perfectamente la respuesta, a pesar de lo cual no lo alerta de las posibles consecuencias de sus palabras. No dijo la famosa frase que tanto escuchamos en las películas: “Todo lo que diga podrá ser usado en su contra”.

“Escuché tus pasos en el jardín, tuve miedo y me escondí, porque estaba desnudo”, respondió Adán, sin tener conciencia de que, desde el momento en que hizo esta afirmación, pasó a ser un reo confeso de un crimen. Listo. Mediante un truco bien sencillo, en el que aparenta no saber dónde se encontraba Adán después de su fuga a ningún lado, Dios consiguió lo que se proponía. Expulsó a la pareja, sus hijos acabaron pagando también por el crimen (como sucede hasta hoy con los hijos de los delincuentes) y el sistema judicial acabó siendo inventado: leyes, transgresión de las leyes, juicios y penas.

PAULO COELHO, REVISTA VIVA 26 DE JULIO DE 2009.

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